Sobre la nueva iluminación de la Herrería

Lo primero que llama la atención del nuevo proyecto de alumbrado en la Herrería y su entorno, es el impacto o contaminación visual que produce, y no es para menos, pues se pasa de 130 a 226 puntos de luz. En este sentido, en medio del bosque de farolas y artefactos lumínicos, se puede decir que se ha creado una nueva imagen urbana, vulnerando los principios generales del PEPRICA, que obligaban al mantenimiento del las características generales del ambiente y la silueta paisajística tradicional del conjunto, cosa harto difícil de contemplar ahora, con la instalación de báculos que llegan hasta los once metros de altura, que alcanzan la segunda planta de los edificios.

Repárese que dicho plan especial, hace muchísimo hincapié en la regulación , cuando no prohibición, del tendido de cables aéreos, instalación de antenas, señales, toldos o carteles, entre otros elementos de mobiliario urbano. Mientras gastamos el dinero en retirar y ocultar metros y metros de cableado, por otra parte el gobierno municipal se ufana de instalar elementos de iluminación en fachadas monumentales, plazas, jardines históricos y soportales, alterando la percepción de las mismas y aun la autenticidad de los elementos patrimoniales.

Por otra parte, con los cerca del millón de euros que se gastaron, es una pena que no se haya aprovechado una partida para realizar un estudio, lo más riguroso, posible sobre la historia del alumbrado público en Pontevedra. Ahora tenemos que aguantar afirmaciones como que las citadas nuevas farolas de once metros se inspiran en las primitivas de gas con los que se alumbraba la ciudad. Nada más incierto.Las farolas báculo, origen del nuevo modelo “ferrería” funcionaron desde su origen con energía eléctrica. Y eran farolas singulares, de excepción, de forma que en cada plaza importante de la ciudad solamente existía un elemento, véase en la Herrería, plaza de la Peregrina, España, Curros Enriquez, Teucro...La pretensión de extender ahora como prototipo lo que era una excepción, caso de escoltar la plaza de la Herrería con doce de estas altas y monumentales farolas, no puede calificarse más que como un ejercicio de soberbia que para nada sigue unos parámetros historicistas.

Más difícil de justificar resultan otras actuaciones. Por ejemplo, la iluminación de los soportales, cuando los propios comerciantes nunca lo demandaron y cuando es notorio que el propio alumbrado de los escaparates sirve para iluminar la vía asoportalada. Todo un despropósito y gasto inexplicable, pues además, la colocación de los vanguardistas artefactos en los vernáculos muros, no hace más que desvirtuar la imagen tradicional de ese trayecto.

Como tampoco se justifica, al igual que sucedió con las barrocas torres de la Peregrina, que toda una fuente renacentista tenga que mudar su colorometría pétrea e intemporal, por los tonos azulados de un cursi y edulcorado proyecto que sólo contribuye a banalizar un patrimonio con cinco siglos de historia.

Sin embargo hay aspectos destacables de esta actuación, como la iluminación de la cabecera gótica de San Francisco, donde ahora se pueden contemplar sus vidrieras multicolores.