En el lejano 1929, cuando se
constituye el Patronato del Museo de Pontevedra, era todavía impensable -de
aquella las prioridades de servicio público de las administraciones eran muy
diferentes a las actuales – que un organismo autónomo como el Museo, acabase
siendo gestionado directamente por la propia Diputación, toda una conquista
social que hay que verla como un ejercicio de normalidad administrativa y
democrática fruto de la instauración del llamado estado social.
Obviamente que el camino para llegar a este modelo ha sido
largo y que en el fondo lo que subyace es el éxito de una institución de más de
ochenta años. Pero es público y notorio que el Museo de Pontevedra necesita
cambiar. Y es sabido que esos cambios han venido acelerados por la inmediata puesta
en funcionamiento del “sexto edificio” una apuesta multimillonaria de la
Diputación por un contenedor cultural que no tiene precedentes. No cabe duda de
que las cosas se pudieron hacer de otra manera. A nosotros por ejemplo, no nos
parecieron en su momento adecuados las derogaciones de las normas urbanísticas
que protegen al patrimonio histórico, dando mayor libertad para el diseño de
los nuevos inmuebles del museo, así como pensamos que al nuevo edificio le
sobra planta y media, ahogando desde entonces al complejo de San Bartolomé.
Porque no olvidemos que la primera función del museo es proteger y conservar
nuestro patrimonio. Y la segunda, dar ejemplo.
Y quizás del olvido del anterior
axioma, de la primera prioridad, en los últimos años hemos contemplado como el
museo se ha utilizado desde espacio para dar mítines hasta pasarela de desfiles
de moda. Los talleres infantiles están bien...Pero la revista de investigación
del museo lleva varios años sin publicarse.
Pero como decíamos el museo
necesita cambios y parece que se están dando los primeros pasos de una forma
contundente y a lo mejor no necesariamente transparentes y con la debida
delicadeza de una cirugía que precisa un paciente octogenario.
No se nos escapa la buena idea,
por ejemplo, de gestionar y coordinar los fondos documentales del museo y los
de todo un servicio provincial, cuando ambos dependían de la misma Diputación.
¿Se darán pasos para que en el
futuro se eviten los directores vitalicios? ¿Se acertará con la elección de un
verdadero consejo asesor que trabaje con vocación por el futuro del museo? Repárese
que en 1929, Castelao tenía 43 años, Sánchez Cantón 38, Antón Losada 45 y el
que después sería director Filgueira Valverde, 23 añitos.
¿No será ahora el momento de un
relevo generacional?
Ni ahora, ni nunca. Ni un paso atrás hasta la victoria final.
ResponderEliminarAl gún día alguien contará la verdadera historia del pájaro que dirige el museo.
ResponderEliminarCon cartas de presión del mismísimo Mariano Rajoy para matener el empleo de su señora (pese a su inutilidad) al frente de una conocida fundación cultural. Y ahora lo agradece siendo un vulgar hombrecillo servil del BNG.
Ese es el perfil y la talla de toda una generación infame, de individuos mediocres cuyo único mérito ha sido el de ser el mejor pelota del mandamás de turno, hasta forjarse una nómina vitalicia que les blinda de los rigores y exigencias que la vida impone al ciudadano de a pie.
Son personajes como este, llevados a todos los niveles (administración, Cajas de Ahorros, política, mundo social y empresarial...), los que han abocado al país a la actual decadencia, y condenado a toda una generación a empobrecerse o a tener que emigrar.
Y no conocen otros sonrojo en sus mejillas que el de las bofetadas....
Pois a mim paresçeme tudo bem
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