Sin duda que una de las obsesiones de la burguesía españolista afincada en Pontevedra, a lo largo del siglo XIX, cuando tiene lugar el desarrollo y la expansión de la ciudad, es la eliminación de los lugares de enterramiento vinculados a las iglesias del centro urbano.
La primera gran operación de ese traslado de restos humanos y clausura de cementerio urbano tiene lugar hacia 1840 cuando se derriba el templo parroquial de San Bartolomé "o vello". Años más tarde allí se levantaría todo un Teatro Principal y un Liceo Casino. ¿Se acuerdan de la plantación efímera de cipreses en ese entorno evocando los cadáveres allí aparecidos?
Las nuevas medidas higiniestas de esa centuria propiciaran sin embargo que sea necesaria la búsqueda de un nuevo espacio para ubicar el Camposanto, que sustituya al que estaba situado en las inmediaciones de la actual calle de Sagasta, sin duda vinculado a la también desaparecida Capilla de la Virgen del Camino.
Y así que una vez derribada la mayor parte de la muralla que encorsetaba la expansión urbana, y aun antes de que Rodriguez Sesmero, maestro de obras y mejor urbanista, si cabe, realizase la reforma de la Alameda, el Palacio Provincial y el Municipal, la traída de aguas o el grupo escolar, se decidió la construcción del cementerio de Pontevedra en el lugar de San Amaro o Mauro, en Moldes.
Primera prioridad burguesa pues, la ubicación de los muertos que exigía las nuevas normas de salubridad pública. Después el ferrocarril, el tranvía, el alumbrado eléctrico, la plaza de toros...
También en nuestros días se discute la ubicación de un crematorio en el municipio de Pontevedra. Parece que para su posible ubicación se barajan lugares donde se ha consolidado la expansión urbanística, e incluso se señala un solar en pleno centro urbano.
Seguro que este fenómeno se produce por lo siguiente. Porque no existe una burguesía españolista en la ciudad, que hubiera tenido la precaución de instalar en un lugar de las afueras esta necesaria infraestructura, o lo que es lo mismo, que se haya tolerado que en más de veinte años no se hubiera renovado el Plan general de ordenación urbana para que se reservaran terrenos para ese equipamiento. Es como si la Administración municipal, al contrario que en el siglo XIX hubiera perdido el tiempo en otras acciones de maquillaje urbano y ocio.
La grandeza alcanzada por la ciudad de Pontevedra en estos últimos años es de tal calibre, que aquí se ha conseguido ya no que se cosntruyan un nuevo hospital, sino que no hagan falta siquiera ni los crematorios. Es tal la felicidad.
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